martes, 21 de agosto de 2018

LA FUERZA REVOLUCIONARIA DE LAS BIENAVENTURANZAS

Jesús, Hijo de Dios, ciertamente entiende algo tan humano como el sufrimiento. ¿Acaso no fue víctima de la pasión, un dolor inconmensurable, asumido para nuestra redención? Padeciendo en la cruz, el Señor experimentó el desamparo y la soledad. Desde lo más hondo proclamó: «¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?» (Mc 15,34).
Otras personas santas, bienaventuradas, han sobrellevado similar desamparo. ¿Quién podría imaginarse que una de las mujeres más admiradas del siglo XX, la Beata Teresa de Calcuta, viviese en la mayor desolación espiritual durante sus años de consagración a los pobres y desheredados? Fue una prolongada noche oscura que se extendió por cinco décadas. Dicho desierto ocurrió tras una serie de experiencias de íntima comunicación con Dios, quien la invitó a consagrarse a los necesitados. Aquella unión mística fue el origen de las Misioneras de la Caridad.
Pero, tras la gracia especial de la locución, sobrevino la nada. Teresa vivió una experiencia de vacío durante la oración, que le hizo escribir a su confesor: «Siento en mi alma solamente el dolor de la pérdida, cómo que Dios no me quisiese, como que Dios no fuese Dios, como que no existiese» ((Ver Mother Teresa: Come be my light, Doubleday, New York 2007, pp. 192-193.)). ¡A los ojos humanos, durísima e incomprensible experiencia!
¿Qué mantuvo a Teresa andando por el mundo, consolando y ayudando a los más pobres de los pobres, y entregándose cotidianamente a la oración silenciosa? El amor, la fe y la esperanza; la memoria de las gracias recibidas; y quizá el anhelo de hallar nuevamente aquella comunicación personal con el Padre amoroso. Cómo los bienaventurados a los que alude Jesús en el Sermón del monte, Teresa no aceptó desesperar. Asumió nuevas maneras de dialogar con Dios: el amor que Teresa dispensaba generosamente a los necesitados, a sus hermanas, a todas las personas, y el amor que recibía de ellos.
bienaventuranzasEl episodio de las Bienaventuranzas, parte esencial del “Sermón de la montaña”, constituye uno de los núcleos fundamentales de los Evangelios. Recoge la dinámica de la vida cristiana, y ciertamente, «la respuesta de Jesús, de Dios mismo, a la cuestión tan humana de la felicidad» ((Servais Pinckaers, En busca de la felicidad, Palabra, S.A., Madrid 1981, p. 8.)).
Las Bienaventuranzas constituyen un ideal elevado y exigente. Quien las practica alcanzará el Reino, la meta más sublime. El Sermón del monte es la primera enseñanza del Señor «sobre las condiciones que han de darse para entrar en el Reino de los Cielos, sobre el Espíritu que debe animar a sus discípulos (…) Un verdadero discurso programático de la vida cristiana» ((Servais Pinckaers, Ob. cit., p. 20.)).
[pullquote]Jesús explica, de manera integral, la senda para alcanzar a Dios y la plena realización. Propone una travesía que empieza a construirse aquí, en la tierra, con las opciones y actitudes asumidas en el día a día, pero que reclaman la acción de la gracia divina para acompañar cada paso. Al abordar el difícil reto de la infelicidad, suscitado por la miseria, la incomprensión y el sufrimiento, el Señor nos presenta un camino realista, posible, alentándonos a contestar a la infelicidad con la confianza, la generosidad y la oblación. Se trata de desterrar el egoísmo presente en todo corazón afectado por las rupturas del pecado.[/pullquote]
Para el P. René Laurentin el Señor Jesús aporta un mensaje revolucionario y consolador, contradiciendo y dando vuelta a los valores del mundo. «No se trata de un desbarajuste violento y político, sino de un cambio, interior, espiritual» ((René Laurentin, Vida auténtica de Jesucristo. Relato, Descée de Brouwer Bilbao, pp. 150-151.)). Es de destacar la palabra “revolución” que es “poner patas arriba las cosas”. Lo que pide el Señor Jesús es «volverse del egoísmo y de la reserva, para volcarse hacia Dios y encontrar en Él la estremecedora fuente de todo lo demás» ((Allí mismo)).
Los beneficiarios de esta revolución son los bienaventurados que confían en Dios. La palabra “bienaventuranza” se deriva de “ventura”, que nombra en castellano a la felicidad. La expresión griega empleada en los Evangelios es “makarioi”, que San Jerónimo tradujo en la Vulgata como “beati”, de allí las “beatitudes”. Cada una asume la forma de sentencias, «un compendio de doctrina destinado a la predicación, a la fijación en la memoria, a la meditación» ((Servais Pinckaers, Ob. cit., p. 17.)). Una manera de comunicación expansiva del mensaje; algo análogo a lo que acontece con las redes sociales de nuestra época.
En el pasaje de las Bienaventuranzas, narrado con detalle por San Mateo y San Lucas, Jesucristo nos desvela su visión acerca de la felicidad ((Mt 5,3-12; Lc 6,20-23)). Constituye un retrato del Señor Jesús: es pobre y manso; es misericordioso; a pesar de que le persiguen es feliz, porque confía en la misión y el amor del Padre, se entrega por entero sin esperar nada a cambio.
El Señor había ascendido a una montaña para orar y confirmar a los doce apóstoles. Se había corrido la voz de su presencia, alcanzando aquel monte gentes de Galilea, del sur de Jerusalén, e, incluso sirofenicios procedentes de Tiro y Sidón, en el Líbano. Quizá se había extendido la noticia de su presencia porque ya había predicado y realizado portentos.
La ubicación precisa del lugar se discute. El exégeta bíblico P. Marie-Joseph Lagrange sostenía que la meseta de Qorum-Hattim, dominada por colinas, pero elevada, y a unos tres kilómetros de Cafarnaún, poseería las condiciones deseadas. Otros han propuesto el monte llamado Um Barakat, “Madre de las Bendiciones”, en la vecindad de la aldea de Tabga.
Hay un detalle que no se le pasa a Mateo: «Abrió su boca y se puso a enseñarles» (Mt 5,2). Para los hebreos, “abrir la boca” significa pronunciarse durante una circunstancia especial. Concretamente, para decir cosas maravillosas, nunca reveladas, y que han permanecido silenciadas.
San Mateo recoge ocho Bienaventuranzas, mientras que San Lucas cuatro, quizás porque sus lectores, principalmente gentiles convertidos, comprendían mejor los preceptos de la caridad, la “nueva ley de la perfección”. Seguramente conocían aquella sentencia de Proverbios: “El que tiene compasión, encontrará misericordia” (Prov 17,5).
Mateo opone las dos doctrinas, en este caso, la caridad sobrepasa a la legalidad de la antigua Ley de Moisés, observada por los hebreos. La dinámica en ambos evangelistas es la presentación de promesas que sucederán: un ofrecimiento de paz y de consuelo justificado por una manera de actuar distinta.
El Señor promete que la alegría por Él portada completará, aquí en la tierra, y más tarde, plenamente en el cielo, el gozo y la felicidad. Se trata de una felicidad «que Dios proporciona a quienes tienen fe en su palabra, en sus promesas, y ponen su ley en práctica: es una alegría hecha por Dios» ((Servais Pinckaers, Ob. cit., p. 35.)).
Pero, como destaca San Juan Crisóstomo, Jesús había abonado el terreno, dándoles la vista a los ciegos, sanando a los tullidos. Sus palabras están acompañadas de obras realizadas. Aquellas insólitas “leyes” proclamadas por Jesús podrían parecer extrañas para los oídos endurecidos de la muchedumbre. Por eso acontecen las acciones buenas, para que “no se le negara fe” ((San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 15.)).
Julián Marías ha destacado un factor crucial. El Señor conecta las Bienaventuranzas con la actitud o conducta en esta vida ((Julián Marías, La Felicidad Humana, Alianza, Madrid 1995, p. 107.)). El Señor invita a sus oyentes a cambiar el modo de entender la existencia, enraizándola en el amor. Constituye una opción personal que supera totalmente el egoísmo. El modelo de felicidad se transforma radicalmente. Con autoridad Jesucristo confronta su sociedad, acostumbrada a considerar vilmente a los desdichados, a los pobres y a los débiles, los “anawin”. En sus palabras, los anawin constituyen la nueva “aristocracia” del Reino de Dios ((El término hebreo usado (anawin) lo mismo puede significar pobre que manso en contraposición entre el rico opresor y el pobre que lleva su suerte con resignación y paz: mansedumbre.)).
El eje de la significación transita radicalmente del placer, del poseer y del poder, a la virtud y la santidad. La justicia de Dios descarta a los poderosos y mezquinos, llamando benditos a los que están en el mundo, pero que son detestados por éste ((El Señor emplea “pobre” con el matiz moral ya perceptible en Sofonías 2, 3. Ver José Salguero, O.P., Vida de Jesús según los Evangelios Sinópticos, EDIBESA, Madrid 2000, p. 114.)).
Meditando sobre el Sermón del monte, San Ambrosio de Milán indicaba que de acuerdo al «Divino juicio, las bendiciones comienzan allí donde la sabiduría humana juzga que corresponde la miseria» ((San Ambrosio, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, L. V, n. 53.)). Jesús rompe con esta consideración y anuncia las “ocho paradojas” de los benditos. Hasta aquel momento el mundo había enseñado que la felicidad y la ventura correspondían a los altaneros, a los ricos y poderosos. El Señor, más bien, hace a los humildes partícipes de un don divino.
[pullquote]La primera Bienaventuranza corresponde a los “pobres de espíritu”. Con la pobreza el Señor alude a un sentido auténticamente revolucionario. Se refiere a los carentes y despojados, a los que viven toda forma de privación, sea material o espiritual. Está el pobre que carece de los bienes materiales esenciales. Pero también están los que les falta la salud, los que están abandonados, los presos, los que están esclavizados por sus propios pecados, rencores, errores y frustraciones. Jesús, siendo rico en dones, se anonada, “tomando la forma de siervo”, humillándose, hasta “la muerte de cruz” ((Ver 2 Cor 8, 9; y Fil 2, 6-8.)). De esta forma se solidariza con los pobres de espíritu.[/pullquote]
San Cipriano enseñó que los «pobres serán los elegidos, mientras que los envanecidos serán rechazados» ((San Cipriano, Tratado del Nacimiento de Jesús.)). Habiendo recorrido el camino de la pobreza, Jesucristo le abre al carente una senda de esperanza. La pobreza ya no constituirá un baldón final. Será necesaria la justicia para responder a la gran injusticia de la miseria. Pero la pobreza pone a la persona ante una gran encrucijada: sumirse en la amargura, o responder, buscando la caridad y solidaridad generosa con lo poco que se posee, como lo hizo Jesucristo.
Otra Bienaventuranza se refiere a los que están tristes y serán consolados. San Juan Crisóstomo destaca el cuestionamiento frente «al sentir de la tierra entera: todo el mundo, en efecto, tiene por dignos de envidia a los que viven alegres, y por desgraciados a los que están tristes, a los que son pobres y lloran» ((San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo.)). La revolución ocurre, como destaca San Juan, cuando el Señor declara bienaventurados a los frágiles y los afligidos antes que a los alegres y los que se hartan de bienes y seguridades.
Jesucristo no está resaltando a los que solamente se lamentan. Está lejos de cualquier gemido caprichoso. Constituye algo más profundo, la insatisfacción por la propia naturaleza, por las flaquezas, por las debilidades y miserias. Jesús se refiere particularmente a los que se duelen por sus pecados. San Pablo ilumina este dolor diciendo, «la tristeza de este mundo obra muerte; más la tristeza según Dios obra arrepentimiento para la salvación» (2 Cor 7,10).
San Juan Crisóstomo recoge otro detalle perspicaz. Jesús habla de los que están intensamente tristes. De allí que no dijo: “Bienaventurados los tristes”, sino, “Bienaventurados los que lloran” ((San Juan Crisóstomo, Ob. cit.)). Los abatidos por un dolor justo e intenso no ansían riqueza ni placeres. No ambicionan la gloria. Tampoco se irritan por las injurias. Pues, con mayor razón, los que lloran arrepentidos por sus pecados muestran gran sabiduría. ¿Qué premio les promete el Señor? El perdón y el consuelo.
La garantía del bienaventurado es el mismo Señor Jesús. El habla con el corazón en la mano y con la firme conciencia del dolor expectante. La paradoja de la condición cristiana es que “aquí abajo”, la alegría del Reino, hecha realidad, no puede brotar más que de la celebración conjunta de la muerte y la resurrección del Señor. El dolor presente y futuro de Jesús esclarece singularmente la condición humana. Ni las pruebas, ni los sufrimientos quedan eliminados de este mundo, sino que adquieren un nuevo sentido ante la certeza de compartir la redención llevada a cabo por el Señor y de participar en su gloria ((Ver S.S. Pablo VI, Gaudete in Domino, n. 3.)).
La persona sometida a las dificultades de la existencia tiene la garantía del mismo Señor de que no va a quedarse reducida a caminar a tientas. El Profeta anuncia: «El pueblo que andaba en tinieblas vio una luz grande. Habitaban tierra de sombras y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo» (Is 9, 1-2). El Señor Jesús sabe que tendrá que sobrellevar el dolor para transfigurar las penas de la humanidad. Para que de Su victoria surja la plenitud de la alegría.
Bajo esta perspectiva misteriosa, el Señor nos enseña «que realmente no nos hace bienaventurados el llanto, sino el amor que Dios nos tiene» ((San Juan Crisóstomo, Tratado del Nacimiento de Jesús)). Amor que se transforma en algo dinámico, que podemos practicar: la misericordia. De allí que Jesús ensalce a los misericordiosos. Los que practican la misericordia, como lo hace el Señor, conforman el rostro más auténtico del amor. Quizá sea ésta una de las más significativas síntesis de las Bienaventuranzas.
© 2016 – Alfredo Garland Barrón para el Centro de Estudios Católicos – CEC

jueves, 9 de agosto de 2018

Las bienaventuranzas como camino hacia la perfección humana, cultural y moral.


LAS BIENAVENTURANZAS COMO CAMINO HACIA LA PERFECCIÓN MORAL

Con el Sermón de la Montaña. Jesús nos enseña cual es el camino de perfección, el camino hacia la santidad a la que todos hemos sido llamados sin excepción, y así El Señor nos lo dice: " Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto " (Mt 5,48 ) Con el Sermón de la Montaña, Jesús no cambia los principios de la Ley establecida por Dios en el Monte Sinaí, cuando le entregara las Tablas a Moisés, al contrario, da toda su plenitud a los Mandamientos, a la vez que los explica y los pone en práctica para enseñarnos a nosotros como hemos de hacerlo.

Con el Sermón de la Montaña el Señor " no promete la salvación a unas clases determinadas de personas, sino a todos aquellos que alcancen las disposiciones religiosas y la conducta moral que Jesús exige " y que quedan expresadas en las Bienaventuranzas. El Concilio de Trento nos recuerda que Jesucristo " fue dado a los hombres no sólo como Redentor en quien confíen, sino también como Legislador a quien obedezcan " Jesús es verdadero Dios y Verdadero Hombre, y hemos de seguir sus enseñanzas a la vez que procuramos poner nuestro pie sobre su huella, teniendo así la seguridad de que El jamás nos va a pedir imposibles y que El jamás nos abandonará en la lucha cotidiana por alcanzar la santidad a la que hemos sido llamados desde el Bautismo. No es fácil, cierto, pero tampoco es imposible. La Iglesia está rodeada de ejemplos que nos han dejado esa huella a seguir y de ejemplos vivos actuales, que nos enseñan que todos podemos cumplir con los Mandamientos del Señor.
Estas enseñanzas de Jesús permanecen hoy en toda su plenitud; sin cambios, sin acomodaciones a situaciones, sin giros, como puede girar en un momento dato la forma de ser y de pensar de una sociedad; es decir, la Palabra de Dios es inmutable, no se somete a los cambios de los tiempos: el pecado es el mismo ayer que hoy y que lo será mañana.
Jesús quiere que todos se salven y por tanto habla para todos y nosotros que hemos tenido la infinita dicha de ser agraciados por la Fe, nos encontramos ante la tremenda responsabilidad de colaborar con Jesús y con María, Corredentora con su Hijo, para extender el Reino de Dios a todos los hombres. Jesús nos deja el camino marcado en lo que se llaman las Bienaventuranzas, que como nos dice el Catecismo “dibujan el rostro de Jesús y describen su caridad”.

BIENAVENTURADOS LOS POBRES DE ESPÍRITU PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE DIOS. 

BIENAVENTURADOS LOS QUE LLORAN PORQUE ELLOS SERAN CONSOLADOS.


BIENAVENTURADOS LOS MANSOS PORQUE ELLOS HEREDARAN LA TIERRA.

BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA PORQUE ELLOS SERÁN SACIADOS. 

BIENAVENTURADOS LOS PACIFICOS PORQUE ELLOS SERAN LLAMADOS HIJOS DE DIOS. 

BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS PORQUE ELLOS ALCANZARAN MISERICORDIA.

BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZON PORQUE ELLOS VERÁN A DIOS.


BIENAVENTURADOS LOS QUE PADECEN PERSECUCIÓN POR LA JUSTICIA, PORQUE DE ELLOS SERA EL REINO DE DIOS. 

BIENAVENTURADOS SEREIS CUANDO OS INJURIEN OS PERSIGAN Y OS CALUMNIEN DE CUALQUIER MODO POR MI CAUSA, ALEGRAOS Y REGOCIJAOS PORQUE VUESTRA RECOMPENSA SERA GRANDE EN EL CIELO: DE LA MISMA MANERA PERSIGUIERON A LOS PROFETAS QUE OS PRECEDIERON.